miércoles, 16 de mayo de 2018


  ¿Leer por necesidad o la necesidad de leer?

Leer ata, leer en otros casos desata, en todo caso es, siempre, una experiencia única que cada ser humano tiene la posibilidad de vivir, pues como dice Italo Calvino, “leer es ir al encuentro de algo que está a punto de ser y aún nadie sabe qué será...”, como lectores tenemos en cada texto una posibilidad de realización única e irrepetible.  ¿Por qué entonces no hay ríos de lectores?

Leer es, esencialmente, entender, poder desentrañar un texto escrito que no se ha visto nunca antes o que se tiene que volver a releer. He allí la dificultad de toda lectura. Por ello la buena o mala realización de la misma, es esencial para lograr entender lo leído. 

La lectura es una actividad intelectual compleja. Como tal exige ciertas circunstancias y cualidades al momento de llevarla a cabo. No todo el que lee es lector; existen muchos presuntos lectores –aquellos que leen sin comprender-. Nuestros estudiantes, son un claro ejemplo de ello,  agobiados por un sinfín de contenidos con urgencia evaluativa, que producen efectos paralizantes y desmotivantes hacia una de las actividades más productivas del ser humano.

Hoy en día, en una sociedad de la imagen, con una incesante actividad donde los medios de comunicación están permanentemente digiriendo información por el espectador, encontramos un descuido de los procesos inherentes a la lectura como lo son: el análisis, la síntesis y la crítica.

Estos procesos siguiendo a Rafael Tomás Caldera podríamos definirlos de la siguiente manera:

Análisis: alcanzar los diversos elementos que componen el todo. Se trata de determinar las unidades elementales de sentido, las afirmaciones que controlan la significación del texto en su conjunto.

Síntesis: recomponer el todo a partir de los elementos obtenidos, o ver el todo en su articulación. En este proceso el lector se acerca al oficio de escritor, en tanto que (re)compone el texto.

Crítica: apreciar su sentido y cualidad. En este momento el lector hace ejercicio de su criterio, ello lo conduce a exponer de qué trata el texto y cómo podría ser leído. Se intenta formalizar un juicio.

Estos tres procesos son la amalgama básica con la que se elabora el proceso de lectura, no cabe la posibilidad de  producir un proceso sin otro; el análisis sin la síntesis sería un conjunto de partes inconexas, la síntesis sin el análisis sería, un falsa proyección de lo que se cree haber entendido, sin posibilidad de comprobación; sin los procesos mencionados la critica no podría materializarse, pues se alimenta de ellos.

Nuestros estudiantes presentan dificultad en los procesos de aprendizaje, producto de un inoperante proceso de lectura, a pesar de que creen cumplir con el proceso ya descrito no logran conquistar el fin último que perseguimos al leer: ENTENDER.

Entender un texto es seducirlo para que con suavidad nos declare qué siente; como señala Jorge Aristizábal Gáfaro debemos lograr que el texto se nos desnude y nos enseñe sus encantos; para que nos entregue generoso sus sentidos y para que su piel bruñida por nuestra mirada sea espejo donde podamos ver de qué estamos hechos.  Por ello el entender, el interpretar es seducción; es combatir el silencio y la inercia, es vencer el cerco mortal de la rutina para crearnos y recrearnos en cada instante de lectura.

El hombre tiene necesidad de conocer, de comprender, de construirse, para ello la lectura es una herramienta insustituible. A juicio de Alberto Manguel  leer en una página es sólo una de las muchas formas en que el hombre lee. Se lee la hora, un plano, las estrellas, una partitura, las cartas, una coreografía, una insignia, la tristeza de un rostro, el brillo de los ojos amados, éstas son formas de extraer significado, de leer. Todos nos leemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea para entender. Constantemente, si no nos queremos perder, debemos leer. 

Leer también debe emplearse como sinónimo de placer. El lector debe querer leer; la pedagogía insana no considera este detalle, no persuade al estudiante de tener esta necesidad, simplemente coloca al lector en la penosa tarea de ver conjuntos de letras incomprensible y aburridas, que posteriormente se dibujarán en una evaluación para lograr una nota... ¿dónde quedan en este proceso las necesidades, intereses e inquietudes del lector?, ¿qué aporta  este necio  proceso al crecimiento intelectual del estudiante?, ¿qué justifica tal esfuerzo?, ¿es necesario atestarlos  de presuntos conocimientos inútiles, a su juicio?; ¿leer para qué? , ¿para quién?... 

Esta son las preguntas que distraen al lector del proceso, ellas cierran la posibilidad de ser del lector y de la lectura.  Vale citar en este punto a Alfonso Reyes: “El libro, como la sensitiva, cierra sus hojas al tacto impertinente. Hay que llegar hasta él sin ser sentido. Ejercicio, casi, de faquir. Hay que acallar previamente en nuestro espíritu todos los ruidos parásitos que traemos desde la calle, los negocios y afanes, y hasta el ansia excesiva de información literaria. Entonces, en el silencio, comienza a escucharse la voz del libro; medrosa acaso, pronta a desaparecer si se la solicita con cualquier apremio sospechoso”.

Si no estamos bien dispuestos y vamos a la lectura sin estar preparados, perderemos el tiempo, el texto permanecerá silencioso y la tan anhelada comunicación no se producirá; sin embargo, creeremos erróneamente estar leyendo, y dando por concluido un proceso que jamás iniciamos.

Leer para comprender eliminaría la frustrante sensación de habernos esforzado en leer un texto y no haberlo comprendido, sentir que hemos perdido nuestro tiempo.

Como lectores debemos cultivar la necesidad de leer; está en nosotros la magia de construir y comprender, si esto se logra por transitividad podremos cumplir con las exigencias de los procesos académicos formales de forma más provechosa, efectiva y exitosa.

Es necesario leer y leer bien. A medida que leemos se van descubriendo mundos a través de temas y autores, ello, irremediablemente, irá creando en el lector la necesidad de leer por convicción y no por obligación.


 Caldera, Rafael Tomás. 2000 De la lectura del arte de escribir. Venezuela. 
Edit. Vadell Hermanos.
Manguel, Alberto. 1999 Una historia de la lectura. Bogotá. 
Grupo Editorial  Norma. 
Interlenguajes. Revista de semiótica y Lingüística, Teórica y Aplicada. 2000 
Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá Colombia. 























martes, 1 de mayo de 2018


¿Somos Sujetos u Objetos de la educación?

Se ha observado, con preocupación, que el desempeño de los y las estudiantes en las diferentes asignaturas se ve afectado, en muchos casos, por la falta de un buen dominio de su lengua materna. Ello nos ha motivado a una reflexión y a plantearnos estrategias de trabajo que ayuden a mejorar  tal situación.
Es visión compartida que el aprendizaje de una lengua es una tarea compleja y prolongada que requiere, además de una cierta dosis de talento natural actitudes, convicciones y hábitos de trabajo determinados.
No obstante, entendemos que la mayoría de nuestros estudiantes viven en un medio que alimenta actitudes, convicciones y hábitos de trabajo que conspiran tenazmente contra su éxito. Hay factores que inciden negativamente sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje de la lengua en nuestra institución.
Cotidianamente los docentes comentamos que los medios de comunicación nos someten al bombardeo de la publicidad masiva, estratégicamente diseñada para convencernos de que podemos lograr prácticamente cualquier cosa  con sólo  desearlo, esto se traduce en éxito seguro, rápido y sin esfuerzos.
En nuestro caso en particular, sería poco serio ofrecerle al cadete y/o cadeta un dominio de su lengua materna realizando un mínimo esfuerzo por un breve tiempo; pues hacerlo sería deshonesto de nuestra parte. Es nuestra meta que se desempeñen correctamente como estudiantes de educación superior. Ello consiste en que oigan y entiendan clases magistrales, participen activamente en seminarios y clases prácticas, lean y comprendan material biográfico y hemerográfico a su nivel y especialidad, presenten exámenes escritos y orales y se inicien en la investigación científica en su campo. Es difícil precisar en cuánto tiempo un estudiante aprende a dominar las habilidades necesarias para realizar las actividades que acabamos de mencionar, pero, sin duda, en la mayoría de los casos se necesitará un trabajo continuo y firme durante varios años, además de la clara decisión, por parte del propio cadete y/o cadeta, para lograr su meta. Estamos de acuerdo con la profesora Diana Sasso (1989) quien afirma que el dominio cuantitativo de los recursos de una lengua que requiere un estudiante de educación superior  no es una meta que pueda alcanzarse por casualidad.
Diariamente, observamos que un alto porcentaje de estudiantes, en los diferentes niveles, exhiben la actitud típica de un consumidor objeto: yo vengo a que me enseñen, a que me preparen, a que me den, en lugar de pensar como sujeto, vengo a aprender, a prepararme, a dar. Lo que realmente subyace en esta actitud es que es responsabilidad de la institución el proceso de enseñanza, cuando el principal responsable de ella debe ser el o la estudiante; es en él o ella donde debe radicar la disposición y la voluntad de aprender. Esta actitud, conveniente y cómoda, le permite encontrar fuera de él o ella  las causas de su fracaso académico, es decir, la culpa la tienen los profesores, los programas, el libro de texto, los materiales de apoyo, el horario, el excesivo número de cadetes por aula, el sistema de evaluación entre otros. Se puede llegar a escuchar que si los estudiantes no están  motivados por aprender la responsabilidad es predominantemente del docente, “¡no ha sabido motivarlo!”…
Esta visión concibe al educando como un punto de encuentro de influencias externas, o como una esponja absorbente, pero no como una persona autónoma y con voluntad propia para alcanzar determinado grado de preparación. Esta visión no permite que formemos un oficial responsable de su saber, crítico, con espíritu para la investigación, para lo que si ayuda es para formar un consumidor de cualquier información, un sujeto poco exitoso, en tanto que deja a otros, o en el mejor de los casos al azar, la responsabilidad de su aprendizaje, evolución y desarrollo.
Creemos que el dominio cabal de la lengua materna podría permitir  que el cadete y/o cadeta participara activamente en su proceso de aprendizaje, lo cual redundaría en un mejor rendimiento académico. Es importante que el estudiante entienda que ni las más fabulosas  circunstancias exteriores pueden sustituirlo en su tarea de crecer intelectualmente.
 Sin duda, creemos que uno de los caminos que debe transitar cotidianamente el cadete para mejorar su rendimiento es el de la lectura. Entendiéndose por saber leer, Diana Sasso (1989), el poder desentrañar el sentido de un texto escrito que no se ha visto nunca antes. El cadete debe ejercitarse en la reproducción y producción de información con un aceptable nivel de calidad.
¿Pero cómo lograrlo? Siguiendo  a la Dra. Ofelia Gasso (1999), en su artículo: una Experiencia sobre la comprensión de textos, proponemos, sin ánimo de receta, el empleo del siguiente algoritmo para la compresión de textos:

1.    Realizar la lectura del texto varias veces (mínimo dos). Hacerlo en forma concentrada e intentando desentrañar el sentido del mismo. Se recomienda la lectura silenciosa. Una vez terminada, reflexionar sobre lo leído y reconocer que ha quedado de ella en la memoria.

2.    Descodificar las incógnitas lexicales que se presenten. En ocasiones se puede recurrir al despistaje por contexto, pero, en el caso de que no se tenga a la mano el significado DEBE recurrirse al diccionario. Seguir leyendo sin despejar la incógnita entorpecerá la comprensión del texto, éste se convertirá en no significativo y por último olvidado.

3.    Identificación de la idea central del texto. Dar con clave semántica del texto llevará a la compresión del mismo, en virtud de que el texto gira conceptualmente en torno a ella.

4.    Ubicar las redes de palabras vinculadas a la idea central. Toda idea central tiene un conjunto de palabras que la amplían, ejemplifican y explican. Es recomendable  el empleo de mapas concepto o algún tipo de esquema que muestre estas relaciones.

5.    Localización del punto de interés personal. El lector se puede ayudar, para llegar a la comprensión  de un texto,  del análisis de los signos de puntuación, la reiteración, el empleo de los diminutivos o aumentativo, pues en ocasiones estos poseen un especial significado.   

6.    Análisis de estructuras sintácticas. El lector se puede ayudar, para llegar a la comprensión de un texto,  del análisis de los signos de puntuación, la reiteración, el empleo de los diminutivos o aumentativos, pues en ocasiones estos poseen un especial significado.

7.    Verbalización del texto en forma oral y/o escrita. Cuando no se es capaz de verbalizar el contenido de un texto leído, definitivamente, no se ha comprendido. Para comprobar el nivel de comprensión obtenido es imprescindible que el lector logre traducir con sus propias palabras los contenidos conceptuales del texto.

Párrafo aparte merece el aspecto relacionado con la evaluación, no se pretende examinar el sistema en sí mismo, sino su influencia en el aprendizaje de la lengua. La pretensión de un instructor, ajeno a la asignatura de la lengua, de corregir, con demérito en la puntuación, la mala redacción o errores ortográficos produce molestia y desacuerdo por parte de los estudiantes, quienes argumentan que la redacción y ortografía no forman parte de los contenidos de otras materias diferentes a lengua y comunicación. Esta sería una apreciación fragmentada de un proceso que debe ser integral. Según la profesora Diana Sasso (1989), dominar una lengua es poder servirse de ella en situaciones reales y eso siempre implica el manejo simultáneo y correcto de diversos aspectos de la misma en diferentes contextos. Cómo creer que se puede comprender una definición, si el sujeto no puede ni parafrasearla correctamente. ¿Podrá, entonces analizarla, explicarla o evaluarla?, este aspecto merece especial reflexión.
El cadete y/o cadeta debería poder disponer de los nuevos conocimientos en el momento que los necesite, y no exclusivamente para un examen. La atomización  del aprendizaje  atenta  contra el análisis, la síntesis y la evaluación; es decir, contra el crear y el pensar. Es indispensable que el estudiante sea sometido a situaciones en las que deba resolver problemas nuevos para él. Sólo de esta manera le estaremos proporcionando la oportunidad de ser creativo, al tener que seleccionar medios diferentes a los ya usados para resolver una determinada situación. Sin duda, diariamente se debe estimular el pensar.
La Universidad Militar Bolivariana de Venezuela contempla en su filosofía el reto permanente de mantener y mejorar su nivel de rendimiento, para ello debemos permanecer en constante reflexión y preparación, en la búsqueda de la excelencia educativa que tenemos como principio rector.