La humanidad, desde los tiempos remotos, ha luchado
para desarrollar diversos medios con la finalidad de comunicarse más y mejor.
El hombre no cesado de crear medios, desde las tablillas y señales de humo,
pasando por los códices, la clave morse, la radio, la televisión, hasta llegar
a nuestra vertiginosa red, que contiene, cual matrioska, a un medio dentro de
otro. Son innumerables los inventos que se han logrado producir para obtener
procesos comunicativos salvando distancias que parecían insalvables.
Sin duda alguna, la tecnología moderna nos brinda,
hoy en día, oportunidades únicas de comunicación. Ninguna es desdeñable, pero
algunas exigen actualización por parte del usuario, ya que la sofisticación de
los recursos así lo demanda. Por transitividad, al evolucionar y crearse nuevos
medios, los elementos de la comunicación así como los lenguajes empleados y las
formas también sufren transformaciones.
El desarrollo humano tiene bases profundas en la
interacción pensamiento-lenguaje, procesos que posibilitan reflejar la realidad en la que vive el hombre.
Este binomio a su vez se une indisolublemente al proceso de comunicación, son
estos tres procesos, elementos convergentes y constituyentes de la realidad del
hombre del siglo XXI.
Atendiendo
al enfoque idealista que tiene sus raíces en la tradición antropocéntrica, se
asume la línea divisoria entre animal y hombre justamente en la posibilidad de
comunicación. El hombre es un animal simbólico capaz de expresar ideas
abstractas y valores morales a través de un conjunto organizado de signos.
En
nuestro entorno todo objeto, idea, sentimiento o concepto es convertido en
signo de algún tipo para dar cuenta del entorno en el cual nos desenvolvemos.
Señala el filósofo venezolano, Argenis Pareles (1999), que “la
condición humana sólo es posible por la palabra y entre las palabras. Estamos
hechos de carne, de hueso y de símbolos y mientras más amplio y consistente sea
nuestro universo simbólico más densa será nuestra condición humana” (p23). Por eso para todas las sociedades una vez que
se consolida el código, se hace necesario afinar la fidelidad, calidad y
rapidez del medio para difundir los distintos mensajes a más receptores o
destinatarios.
Coincido con Rafael
Echeverría (1997), quien expresa que un objeto es siempre una relación
lingüística que establecemos con nuestro mundo. Los objetos son constituidos en
el lenguaje. Es por eso que todo lo creado, definido, proyectado, sentido y
pensado tiene rastro humano, todo narra algo de nosotros, por pequeño que sea.
Somos palabra y por ello, tal como señala el autor, no existe otro camino que
el del lenguaje; fuera del lenguaje no existe un lugar en el podamos apoyarnos.
Los seres humanos vivimos en un mundo lingüístico, por ello el afán de todas
las sociedades ha sido llegar más lejos y mejor no sólo en su tiempo sino a
través de éste.
En el siglo XX los
lenguajes y las formas de expresión sufren transformaciones radicales. Los
medios dictarán canon para comunicarse. Estos cambios llaman la atención de
estudiosos como el filósofo Theodor Adorno, quien junto a Max Horkheimer,
fueron destacados integrantes de la Escuela de Frankfurt, se dedicaron a analizar a la sociedad industrial,
la cultura y la educación masiva desarrollando explicación teórica a partir de
diversos aspectos. El primero ellos fue asumir que los hecho sensoriales
estaban socialmente prefigurados, el segundo definir la cultura en la sociedad
industrial, en tercer lugar relacionar los sectores vinculados con la
producción cultural al massmedia, el cuarto y a mi juicio el más importante,
considerar que el consumidor no es soberano, como la industria desearía hacer
creer, no es un sujeto, sino su objeto.
Señala Mario Concha (2006) que una de las ideas
que manejó esta escuela fue la posibilidad de una industria cultural masiva y
básica, como si la cultura fuera una fábrica de pelotas. Sin exagerar, dicha
escuela se refiere al arte en términos industriales como producto de consumo.
Los medios de comunicación tomaron muy en cuenta los postulados de la Escuela
de Frankfort para difundir una cultura enlatada y un arte envasado. Admitían el
concepto “pastillas” para el arte, lo cual devino, por ejemplo, en oír algún
trozo musical breve en un programa de interés general, algún comentario en tres
minutos sobre arte o literatura en medio de un programa periodístico, sin
profundizar, quedándose en la engañosa superficie.
Se aceptó que era
imposible difundir una sinfonía completa o leer un cuento más o menos largo,
porque la gran cantidad de publicidad pautada lo impedía, ya que “el tiempo en
radio y televisión es tirano”. Sin embargo, uno puede escuchar programas de
radio en los que se habla largo tiempo, de temas intrascendentes, en forma de
círculo vicioso, sin llegar a ninguna idea clara, programas que terminan sin
pena ni gloria, por lo que considero una falacia argumentar la escasez de
tiempo y la publicidad para no hacer programas con calidad informativa,
educativa y cultural.
Parece haber espacios de
radio dedicados a la dispersión mental y a la falta de criterio apoyados en el
banal argumento de que las personas oyen y no escuchan radio, es decir, tienen
la radio como fondo musical de sus actividades, lo cual no es cien por ciento
cierto.
La comunicación es un
hecho social y como tal es dinámico, cambiante y sin duda transformador y
actualizador de los colectivos que la producen. Los hombres primitivos tuvieron
un manejo instrumental de un pequeño conjunto de signos, que se limitaba a la
subsistencia, a la caza, hallazgo del
agua, construcción de refugios y evasión de peligros, pero la organización fue
haciéndose cada vez más compleja,
trayendo como consecuencia que los
colectivos humanos construyan una ampliación de los signos y una
especificidad de los usos que eran inimaginables para aquellos primeros hombres
y mujeres que enfrentaron un ambiente hostil y desconocido.
El siglo XXI se nos
presenta con una perspectiva más plural en todos los elementos que conforman el
proceso comunicativo, hoy existen una multiplicidad de emisores, diversidad de
medios y canales, variedad de códigos, infinidad de mensajes para un cúmulo de
receptores que no para de crecer y exigir
más del devenir comunicacional.