La
Guaira desde los ojos de la tristeza superada, ya no es azul, sino dorada. Con
un resplandor que de mirarlo ciega. Desde un balcón la serenidad que irradia la
mar es como el sol, y sería en femenino, como diría mi madre, pues por lo
inmensa y atractiva tiene que ser ella, femenina, fecunda de vida y a ratos oscura
con tempestad indomable.
Es
grato ver el camino despejado, el orden del sistema, lo verde de paisaje, la armonía
de plumas y escamas, nuestro centro iluminando todo, brindando calidez y paz a
todo y a todos.
Puedo
ver la danza de nubes que invitan a figurar formas, sin fondo, que divierten y
se desvanecen a la segunda mirada.
Desde
el confort civilizado se puede mirar lo moderno abrazando a lo natural y a ratos
salvaje. Desde la altura se imagina sumergido un paseo marino donde corales y
algas se besan eternamente.
Es
el afuera, es el adentro… es un viaje anclado en el ayer… entonces, éste no es un viaje, es una extraña vuelta con regreso a ningún
lado… o al de siempre.